QATAR, el desierto, el mar, y el futuro
Hay viajes que comienzan mucho antes de tocar tierra, y mi llegada a Qatar fue uno de ellos. Desde la ventanilla del avión, lo primero que apareció ante mis ojos fue el desierto: un océano dorado e infinito, donde las dunas parecían olas detenidas en el tiempo. Un paisaje que respiraba calma, imponía grandeza y guardaba misterio en cada pliegue de arena.
De repente, el horizonte cambió. Doha emergía como un espejismo hecho realidad: rascacielos de vidrio y acero reflejando la luz del sol, y al fondo, el azul turquesa del Golfo Pérsico abrazando la costa con serenidad.
Si cierro los ojos y pienso en ese primer viaje, me vienen a la memoria el aroma del incienso al entrar en el aeropuerto y el eco lejano de la llamada a la oración. Qatar es eso: un contraste permanente entre lo ancestral y lo que está por venir; un país que avanza hacia el futuro sin dejar atrás su esencia ni su cultura.
La sociedad catarí está profundamente marcada por el Islam, que guía sus costumbres y celebraciones. La familia es el centro de todo, y los lazos tribales siguen siendo muy fuertes. Para un catarí, la hospitalidad es un valor sagrado: recibir a un visitante con café árabe (gahwa) y dátiles es más que un gesto, es un símbolo de respeto.
El desierto y el mar han forjado su identidad. La cetrería, las carreras de camellos y la pesca de perlas son herencias vivas de un pasado que aún palpita. Y si, como yo, entiendes la cultura a través de la comida, déjate llevar por los aromas: azafrán, clavo, canela, jengibre, cardamomo, comino, cúrcuma, pimienta negra, lima seca… especias que cuentan historias de rutas comerciales milenarias. En cada plato tradicional se sienten estas huellas: el machboos (arroz especiado con carne o pescado), el harees (trigo con carne) y los dulces con dátiles y miel. Y, por supuesto, nada está completo sin un café con cardamomo o un té con menta compartido en buena compañía.
Qatar, primer destino comercial
Hay un proverbio árabe que dice: “Maktub” (مكتوب), que significa “está escrito”. Y así lo sentí en aquel primer viaje: Qatar estaba escrito para mí. Fue el primer país árabe que conocí, el primero que me enamoró y también el primero del Golfo Pérsico al que envié mi contenedor de piedra natural.
No fue un camino sencillo. El sector de la piedra es duro, tanto dentro como fuera de casa. Cada país, cada cultura, supone un nuevo reto. Y más aún siendo mujer en un mundo que, durante mucho tiempo, parecía reservado solo a los hombres. Pero aprendí que, aunque a veces la primera puerta se abre por curiosidad, lo que de verdad te mantiene dentro no tiene género: se llama trabajo, rigor, profesionalidad y palabra.
Para mí, la piedra natural no es solo un producto. Es cultura, diseño, arte y emoción. Es la huella de un territorio convertida en legado.
Qatar me enseñó que tradición y modernidad pueden caminar juntas, y que las barreras existen solo hasta que alguien se atreve a cruzarlas.
As they say here: Malsalama… see you soon.